La construcción de los dibujos, instalaciones y acciones que realizo desde hace más de diez años pone de manifiesto mi interés por la conexión entre arte- tierra, con la intención de desarrollar modos propios de sentir y tratar los materiales orgánicos. Las cenizas que caen cuando queman la caña de azúcar, los restos de insectos que mueren durante esta práctica, los enjambres, los nidos abandonados, las ramas secas, la fibra de plátano, la canela, los clavos de olor son elementos frágiles con las que fraguo imágenes diversas como fuentes de reflexión acerca del individuo, su aproximación a lo sensible y a su contexto.
Vivir en el valle en medio de monocultivos de caña y arroz, entre ríos y cordilleras, sin duda, me ha permitido experimentar el territorio desde la cotidianidad urbana, territorial y ecológica. Por ejemplo, Alimentar y/o curar, dos acciones que han estado presentes en el devenir de la historia humana, reflejan de alguna manera desigualdades sociales, que refieren a los cultivos, a su producción y adquisición. Abastecer o proveer implica fenómenos como la explotación agropecuaria, el desequilibrio territorial, que interviene directamente sobre las interacciones sociales, grupos étnicos, familias campesinas y consumidores. Así, los elementos orgánicos exhortan un territorio capaz de construir por medio de sus características un ambiente artificial insinuante y deleznable.
Por último, la realización de proyectos en espacios museales, públicos, alternativos e imaginados es un ejercicio constante en mi trayectoria. Porque me permite forjar comunidad, conocer la pertinencia de los distintos escenarios y encuentros con diversos actores enfocados en debatir sobre las producciones artísticas contemporáneas a nivel cultural y académico sin límites geográficos
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